El Espejo de Nuestros Miedos
Hay canciones que son un verdadero diagnóstico. «Calaveras y diablitos», más que el título de la mejor canción de la vida, es el título no oficial de lo que estamos viviendo. También podría ser el título de un cuento que se leerá pronto en «Halloween», pero no, es solo una descripción precisa de cómo nuestra sociedad parece relacionarse con lo que no comprende o no quiere comprender: por un lado, están los símbolos que nos interpelan (las «calaveras»); por otro, los miedos y prejuicios que proyectamos sobre ellos (los «diablitos»).
Pensemos en una «calavera». Puede ser, literalmente, un cráneo. Dentro de cierta tradición, la calavera es el símbolo de lo fugaz que es la vida y la igualdad ante la muerte, invitando a la reflexión. Sin embargo, cuando se mira desde afuera, sin contexto ni estudio, nuestra mente a menudo crea un «diablito»: acusándola de ser un objeto siniestro, propio de una secta. (o no, o no no no no no no)
Lo curioso es que convivimos con «calaveras» en ámbitos plenamente aceptados. En muchos altares de algunas tradiciones religiosas descansan reliquias óseas de santos, símbolos de fe y sacrificio para millones. Para el creyente, es un objeto sagrado, tan incuestionable como el acto de fe que lleva a un peregrino a avanzar de rodillas o a flagelar su cuerpo, pero le llaman «acto de fe». Un observador externo a cualquier visión que elige no comprender, podría parecerle una costumbre extraña.
Me pregunto entonces, ¿por qué una «calavera» nos parece venerable y la otra nos parece condenable? La respuesta no está en el objeto, sino en nuestra disposición a investigar su significado.
Y el problema se agiganta cuando dejamos de hablar de símbolos y empezamos a hablar de personas e ideas. Creamos «diablitos» constantemente. La etiqueta de «secta», el juicio sumario en redes sociales, la «funa» que anula sin investigar; todas son formas de conjurar un pequeño demonio para no tener que realizar la difícil tarea de comprender al otro. Es más fácil demonizar que dialogar. Esta pulsión por demonizar lo desconocido no es nueva; es un arquetipo grabado a fuego en nuestra historia: ‘Llamamos brujas a quién sabe más…’.
Esta dinámica, al final, nos empobrece. Vivimos en una época que favorece la reacción visceral por sobre el análisis sereno. El «diablito» de la opinión infundada gobierna la cabeza de quienes no tienen la voluntad de hacer el esfuerzo intelectual de, como se dice popularmente, «hacer crujir el cerebro». La funa, para bien y para mal, sin hacer el esfuerzo de pensar, solo crea conjeturas y puritanismos.
Así, la invitación de esta noble opinión es a tener el coraje de mirar la «calavera» de frente. En lugar de inventar diablitos, preguntemos: ¿Qué significa este símbolo para ti? ¿Cuál es la historia detrás de esta idea? ¿Qué contexto me estoy perdiendo?
Dejemos de poblar el mundo con los monstruos de nuestro propio desconocimiento. Optemos por el camino de la razón, que no busca vencer, sino comprender. Solo así podremos distinguir entre las calaveras, que nos invitan a pensar, y los diablitos, que solo son un reflejo de nuestros propios miedos.


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