
Es asombroso reflexionar sobre la noción de que, aunque poseemos un potencial inmenso, apenas rozamos el 1% de nuestras verdaderas capacidades. ¿Pero qué pasa con este 99% de potencial durmiente? ¿Se evapora? Pues no. Es un veneno que alimenta la decadencia, manifestándose como el caos que se envuelve en violencia, mentiras y evasión. Y hay que preguntarse: ¿será que, en el fondo, su letargo nos seduce?
Siento que el mundo atraviesa hoy su fase más sombría. Un oscurantismo abrumador nos envuelve; estamos en una época que solo mide con la “guata”, con un “yoismo” tan sesgado que hace zancadillas a quien quiere avanzar. El panorama cotidiano se ve teñido por robos y asaltos, mientras nos refugiamos en distracciones para no ver.
Parece que la mentira es moneda corriente, el despreciable embiste, la envidia es una sombra que acompaña al que no miente, y el engaño, un sendero hacia el aparente crecimiento de quien obra con la cola entre las piernas.
En este viaje frenético, pocos se detienen a construir. Pocos buscan cimentar un progreso personal que podría impulsar el desarrollo nacional. Nos preguntamos: ¿cómo edificar un país grande si ya no contamos con esos próceres que debatían en la intimidad de una taberna? ¿Existen tabernas modernas? ¿Lugares donde confeccionar al delfín? Puede que sea un simple podcast, o un texto como este.
Quizás la pregunta de fondo es por qué nadie lucha ya por el conocimiento. Si uno lo intenta, no faltará quien entre dientes, escondido entre los suyos, murmure: «¿Y quién es este que pretende ser más que nosotros?». Parece que la búsqueda de la sabiduría ha sido relegada, sacrificada en aras de victorias efímeras. Pisar al otro, ganar una batalla tan nefasta, apenas alimenta al ego, pues la victoria es pasajera: una agonía de un segundo que se desvanece en el aire.
Debemos salir, pues, de este desasosiego colectivo. Debemos dejar de huir. La respuesta es la Soberanía Individual; una soberanía que no opera desde el vacío del poder, sino que vive después de haber domado y trascendido al ego tiránico del yo mismo. Soberanía es el sacrificio de la comodidad; es el acto de darle la espalda a la calidez narcótica de la ignorancia para elegir la ardua preferencia intelectual. Porque, ¿quién tiene el poder para dogmatizar el impulso que nace desde nosotros?
Hay que mirar al cobarde silencioso que todos llevamos dentro, ese que obra mal pensando que camina por el sendero de la verdad. Lo conocemos. Lo hemos visto en el espejo durante esa agonía vital de un segundo. Si queremos progreso, la tarea es limpiar la propia mesa de trabajo y ver quién se atreve a ser su propio soberano. Quién vive como un carpintero que no solo une maderas, sino que construye orden porque esa es su naturaleza.
Este querer hacer bien las cosas es la única forma de amor real. No se trata de buscar el dolor como un bien, no es un honor que duele porque sí. Es, más bien, la completitud de quien, desde su centro, hace andar el mundo que lo rodea.
El progreso nace desde nosotros. Y esa es una luz que nadie puede sabotear.

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