Ojos que no ven, con razón que no sienten.

Pareidolia Digital: Por Qué Elegimos la Ceguera y Cómo el «Dato Mata Relato» en la Era de la Desinformación

Desde el odio, el mundo pareciera hablar; desde la rabia, todo el mundo critica sin conocer contextos, historias o realidades. El ser humano parece estar enceguecido por su propia verdad arrogante, impuesta o establecida por los demás, una pseudo verdad que no logra comprender la verdad de otros. Donde se lanzan argumentos basados en un vacío abismal, que no mide consecuencias Aclamando a los vientos con una potencia de ignorancia que solo moviliza a otros más incautos a la siembra de miedos y tormentos que nunca podrían medir.

Lo que no vemos, o mejor, lo que no comprendemos, se elige no querer entenderlo ni comprenderlo. Aquello que se desconoce, se le inventa una historia paralela, salpicada de matices de conspiración, cual fantasmas en una casa antigua que solo deambulan en el colectivo literario de algunos. Sin embargo, ante la sed de morbo y confirmación de otros, esta narrativa penetra como agua viva en el desierto de la ignorancia.

Una cruz invertida no es necesariamente un símbolo de satanismo. El mismo apóstol Pedro, por no querer morir como su Maestro, pidió ser crucificado de forma distinta; un acto que, sin ser apasionado del cristianismo, podríamos llamar humildad ante un ser amado. Una estrella invertida no es sinónimo de maldad, sino que en su origen es el símbolo de la falta misma de la energía vital humana, según algunas culturas.

Quizás yo también juzgo mal por todo lo expresado. Pero el problema no es la ignorancia; es, más bien en esencia, la falta de datos. Y aquí reside la primera gran clave: Dato mata relato.

La soberanía del saber esta frente a la estupidez colectiva, (insertar hate aquí) ¿Quién nos da el derecho de juzgar a las personas, o de arrebatarles el derecho a profesar o vivir su fe? Las órdenes del buen vivir no son una invención reciente. ¿No somos acaso seres distintos de los animales, que en su gracia nos son menores, como diría el mismo Francisco, el santo de Asís? ¿No fue el hombre creado a imagen de un ser supremo, dotado de inteligencia y, crucialmente, de libre albedrío? No fueron evangelistas vistos como menos por ser protestantes, ¿no fueron leprosos o ladrones los amados por el maestro?

La maldad del hombre no es un defecto de origen; llegó en medio de la quema de la Biblioteca de Alejandría, quizás antes, pero hoy lo quiero hacer llegar desde este punto, que de verdad me parece el primer atentado contra la verdad. Quemaron el conocimiento para conquistar la estupidez de las personas. Nos robaron el derecho a leer, a saber, a indagar. El precio fue el embrutecimiento de muchos. Pero, ¿qué culpa tienen los hijos de aquellos que aman el saber? Hasta donde recuerdo, Dios ama la sabiduría y da conocimiento al que es justo, por ende con este conocimiento se comprenderá la justicia.

Recordemos a Prometeo, el que reveló la verdad de la sabiduría a los hombres. En pleno Siglo XXI aún culpamos a una serpiente por «dar el conocimiento». Pero, si Dios hizo todo tan bello y perfecto, ¿dónde estaba el error del plan? Tener conocimiento no fue el error; el dejarse seducir por otro lo fue. El pecado real es dejarse llevar por lo que otro me dice. Conocer es mirar el mundo tal cual es, es comprender que la grandeza no reside en el silencio del ignorante, sino en la voz del que comprende lo que existe más allá.

No concibo la vida tan sombría como para señalar con el dedo mientras la «Alejandría digital» se nos sigue quemando en medio de una prensa esquiva que observa en cualquier lugar, menos donde tiene que mirar. Insisto: la vida no es tan aburrida como para meterse en la vida de los demás.

Una profesora de matemáticas en el colegio solía decirme: si no está en el plano cartesiano, no existe. Apliquemos este ejercicio analítico a nuestro dilema digital:

Situemos el contenido emocional de odio en el eje Y como el comportamiento emocional y al tiempo de lectura y verificación de fuentes en el eje X como parte del rigor cognitivo.

El resultado a mi juicio, soy comunicador, más no matemático pareciera darme la razón. A mayor comportamiento de contenido emocional de odio (eje Y), menor es el tiempo de lectura y verificación de las fuentes (eje X). La correlación es directamente proporcional a la irresponsabilidad intelectual.

Otro profesor, pero ahora en la escuela de periodismo, me enseñó una regla de oro: una correcta verificación de datos exige contar con al menos tres fuentes independientes.

Ojos que no ven, eligen no ver y, por ende, eligen no entender. El argumento no puede ser vacío. No podemos caer en la Pareidolia Digital, esa tendencia a ver cosas o formas que no son lo que realmente son; a asignar significado profundo a la nada. La grandeza de las cosas no se basa en un silencio emocional de dudas, sino en el reconocimiento de que fueron creadas desde la inteligencia misma de la formación.

Pareidolia: fenómeno psicológico en el que la mente percibe patrones, como rostros o figuras reconocibles, en estímulos ambiguos o abstractos.

¿A qué le Tememos?

¿A qué le tenemos miedo? ¿Cuál es el fin último de desinformar? ¿Ganar más dinero? Se puede ganar mucho inventando novelas para los canales nacionales. Las tramas están aburridas por estos tiempos; la historia de la casa rica, la niña abandonada y la madrastra mala ya no cuenta la novedad.

La respuesta es que estamos atrapados en una cámara de eco donde la voz del que grita más alto o más emotivamente inquieta, mueve la conciencia colectiva, queramos o no. Este tiempo es el sinónimo de la brújula sin filtro.

Ahora bien, no creamos que todo es dato. Conozco mucha gente que dice saber demasiado, pero posee poca comprensión. Leen mucho y tienen sendas bibliotecas, pero su comprensión lectora es superficial.

Existe entonces la Pareidolia del Saber: otro sesgo que nos afecta. Es la falacia de que, mientras más muestre que sé, menos me preguntarán sobre lo que en realidad no comprendo.

Comentarios

Una respuesta a “Ojos que no ven, con razón que no sienten.”

  1. Avatar de Nelson Nieto

    Es claro que vivimos en tiempos donde las pareidolias forman parte de gran parte de la información que consumimos. En los últimos años he escuchado todo tipo de intentos de la juventud por verse intelectual: la fotografía “reflexiva” en Instagram, el viaje a Argentina para comprar libros, o declararse amante del café en vaso de cartón.

    ¿A qué se le teme en realidad? A no tener visualización por parte de una audiencia. A no obtener ese preciado pulgar que apunta al cielo y que convierte en verdad la mentira cuando todos la creen.

    Bajo este contxto me atrevo a sentir que muchas veces desinformar no obedece solamente a un impulso: responde a una idea maquiavélica de generar confusión. En muchos casos, la desinformación no persigue ganancias económicas directas, sino visibilidad, aprovechando la clandestinidad que otorgan ciertos medios actuales: un diario que no muestra tu rostro, una edición digital que difunde sin filtros.

    Sin embargo, el trasfondo es más profundo. La desinformación se utiliza para favorecer intereses políticos y sociales, y es un fenómeno constante, un cuento de nunca acabar. Lo más inquietante es que no se trata de actos de ingenuidad, sino de inteligencia calculada: son personas muy capaces quienes desinforman, precisamente para conquistar posiciones de poder a través de aquellos que, sin darse cuenta, creen en sus falacias.

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