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«Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz, sino haciendo consciente la oscuridad… Lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino.»
Carl Gustav Jung
Delimitar un espacio sagrado requiere entender que la acción no solo es algo práctico, sino que busca alinear la voluntad personal con el orden universal. Partimos conociendo la estructura fundamental: la Cruz. Este no es solo un símbolo, sino un mapa operativo y el punto de partida para toda búsqueda de energía. Es la intersección que orienta el espíritu y define el centro, delimitando lo vertical (el eje Cielo-Tierra) y lo horizontal (la expansión de la conciencia en el tiempo y el espacio).
Lo que sigue es el recipiente mental y físico, la Opus Magnum. Esta no es una obra única, sino el proceso constante de refinamiento de la conciencia necesaria para sostener la energía del centro. Esta obra trasciende lo cotidiano, transportándonos al estado hermético. Es la herramienta que ayuda a correr el velo del macrocosmos (el universo exterior) para canalizar e implementar la voluntad del microcosmos (el universo interior).
El Círculo es primordial para todo acto de contención espiritual. Proporciona protección, encierra la energía y asegura el aislamiento necesario para el encuentro con lo profundo. Recordamos el mandato: “ora a tu padre que está en lo secreto” (Mateo 6:6), una invitación a la intimidad absoluta. Su creación es completamente personal, un diálogo esotérico. Por ello, Da Vinci sitúa al hombre de Vitruvio dentro de este símbolo: el hombre habita en sí mismo, reflejando la proporción y el orden matemático que subyace a la estructura de la psique.
De la Cruz se desprenden los ciclos temporales: la primavera, el otoño, el invierno y el verano. Estos deben ser observados en forma especulativa, y no tanto de forma operativa. Debemos cosechar sabiduría y no solo grano; son ciclos de la psique que requieren la siembra de la intención y la recolección del conocimiento interno.
La Rueda es la manifestación de lo eterno, el ciclo ininterrumpido. Es la luna y el sol danzando en el infinito como la perfección. En lo humano, el círculo simboliza la cohesión. De allí nace el Nimbo o Aureola que, detrás de las figuras sagradas, transmuta nuestra observación mundana en la percepción de aquello que, con los ojos de la carne, jamás hemos visto.
El aforismo alquímico Solve et Coagula (disuelve y coagula) opera en la psique: analiza la angustia para integrar la experiencia ya purificada. Esta alquimia es análoga a la exhalación del dióxido de carbono que retorna al centro del ser, donde lo impuro de la experiencia se vuelve puro al regresar a su origen.
Esta es la labor del Self de la totalidad psíquica, el arquetipo que nos autorregula. Es la integración racional y consciente de lo que nos causó angustia, lo que nos impulsa a mejorar, a crear, a darnos opciones, a exigirnos el poder de más, entendiendo que querer es ir por eso. Es una petición para buscar la integración de los mandalas vivos de nuestra existencia, asumiendo la responsabilidad del ser sin caer en la inacción o el lamento.
Es Dios y el Diablo al mismo tiempo y en el mismo valor. Es la cadencia del ritual que, de tanto repetirse, revela su Axis Mundi, su centro: la Nada. Esta Nada es la conexión con la libertad radical, un estado inevitable que confronta al ser. Es el Uróboros, el anillo perfecto, que representa la suma de los opuestos: la destrucción y la creación. Es lo inseparable que nos lleva a ser ese Oro Alquímico, esa esencia dorada y transmutada que tanto anhelamos en la vida.
¿Quién puede vivir sin el centro de la vida en la mira? Si, no todo lo que brilla es oro. Pero podemos brillar en el momento de nuestra propia oración, en la intimidad del círculo, donde, con voluntad activa, pedimos gracia o, con gratitud, damos gracia.
Si cortamos el círculo de la seguridad, surge el espiral que asciende. No nos unimos a la desesperanza de la duda, sino que elegimos el camino de la acción.
El círculo no es un muro, sino la sala de preparación para el banquete. La parábola (Mateo 22) enseña que muchos son invitados, pero el elegido es aquel que se viste con los atuendos adecuados; es decir, el que se ha transformado. El llamado a la acción y a la transformación interna es la invitación que solo se cumple con la conciencia clara y la voluntad activa para emprender el viaje que late en la esencia del ser.

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