El Ritual de la Ascensión

Dejar atrás la pena y dar gracias





Ahora que casi tenemos el altar listo, viene un nuevo paso, no es una meditación pasajera, sino la arquitectura de un ritual de liberación y gratitud que marca un punto de inflexión radical. Es imperativo, como primer y más solemne acto, dejar las penas y las cargas del pasado fuera del umbral. Estas emociones no son parte del ser; son meras vestiduras desgastadas que ya no solo resultan inútiles, sino que activamente impiden el movimiento del alma hacia su destino superior. El alma no puede ascender cargando el peso de lo que ya fue. El objetivo es la apertura incondicional del corazón, no solo a la luz que se anhela, sino a la inmensidad desbordante de la existencia. Es un ejercicio de consciencia activa donde se debe dar tantas veces gracias como sea necesario para que el aliento quepa, para que cada bocanada de aire que se inhala se sienta como un regalo renovado, como una bendición tangible y continua.

El verdadero sendero de este ritual es la divinización del Dios que habita dentro de uno. Se trata de un reconocimiento íntimo y profundo de la chispa sagrada, de esa esencia inmutable que, libre de las ataduras de la materia, constituye el verdadero centro del ser. Es un acto de introspección profunda que exige una quietud deliberada y valiente: la necesidad de apagar el fuego interno del ego, de la prisa inútil y de la ansiedad que disipa la energía. Las herramientas externas son secundarias, pues las velas de la consciencia y la intención ya están encendidas en el corazón. Arden con una llama serena y constante, y su guía es una voluntad superior que trasciende los deseos superficiales de la personalidad.

Es crucial elevar la perspectiva. No estamos solos en este trance, ni la lucha es en solitario. Es el universo entero quien se está moviendo con propósito y sincronía hasta nuestro altar personal, ese espacio sagrado y reservado que ha sido preparado, quizás inconscientemente, en el interior. En este estado de alineación, la fe se convierte en acción. Se manifiesta como la capacidad mística de mover las estrellas con las manos, de influir en el tejido de la realidad al compás rítmico y ancestral de los pulsos del cuerpo. Cada latido es un tambor que resuena con la vibración primordial del cosmos. Cada movimiento es una danza que reordena las constelaciones personales, alineando el destino con la voluntad superior del espíritu.

Este es un baile sagrado entre lo humano y lo divino, donde la gratitud funciona como el paso principal y el amor incondicional, esa es la música que jamás cesa.

¿Qué sentido podría tener levantar un altar interior si su huésped constante fuese la frustración o si la amargura de una pena tiñera la mesa sagrada con la frase imprudente y cargada de rabia? Un espacio así se transforma inmediatamente en un mero monumento a la impotencia, un lugar de estancamiento en lugar del punto de elevación para el que fue concebido.

Es vital comprender la arquitectura del universo: no se sustenta en la fuerza bruta de la destrucción o la desesperanza. Por el contrario, la secuencia ininterrumpida de los sucesos, la acción constante del devenir, nos conduce a una revelación profunda: nuestro altar, tanto interior como exterior, está dispuesto y listo para un propósito mayor. Este propósito es elevarnos y manifestarnos plenamente como una presencia viva y completamente consciente. En este estado purificado de receptividad, la energía vital del cosmos nos envuelve, nos penetra, y al hacerlo, disipa las sombras de la ilusión. Nos muestra la realidad sincera, sin el velo distorsionador del resentimiento, el miedo o el dolor enquistado. Es únicamente en este altar purificado, libre de la mancha de la frustración, donde la verdadera ascensión espiritual y el encuentro con la Verdad se vuelven accesibles.

Como el Mago, Sumo Sacerdote de la Orden de Melquisedec, el oficiante se presenta en la quietud sagrada del instante, indicando que la bruma de la incertidumbre se ha disipado. El buscador ya ha llegado al umbral donde el velo se levanta. Las respuestas que buscaba en el eco de sus días y en la desesperación de sus noches se revelarán paso a paso, con la paciencia de un artesano del alma. Se desvelará cada proceso alquímico, la verdad oculta tras cada número y símbolo que rige la existencia. La sabiduría se entrega en la medida exacta en que el espíritu está listo para asimilarla y transformarla en potencia.

  • Da las gracias: Por el camino recorrido y, paradójicamente, por el dolor que sirvió de catalizador para llegar a este punto de inflexión.
  • Desvestirse del alma: No de ropas, sino de las vestiduras oscuras que el alma ha llevado puestas. Hay que despojarse de la amargura que corroe la alegría, de la rabia que ciega la visión, de la envidia que pudre el potencial.
  • La Exhalación Sagrada: Hay que sacar, expulsar con una exhalación profunda, la frustración enquistada de la habitación más sagrada que se posee: el propio cuerpo. Este cuerpo es el templo terrenal y no puede albergar la Luz si está lleno de escombros emocionales.

En este momento de quietud profunda, la biología misma se pone al servicio de la ascensión: la melatonina, dulce emisaria de la noche y el descanso, se activa, desplegando su manto de serenidad. Simultáneamente, el cortisol, la hormona del estrés y la alerta constante, es neutralizado, su voz estridente silenciada para permitir un espacio de calma y claridad prístina.

Bajo este nuevo y poderoso equilibrio hormonal, la perspectiva se abre, nítida y profunda, ante los ojos del individuo que ahora ve de verdad. Este despertar es el resultado de un proceso consciente que comenzó con el acto de dar las gracias necesarias, un reconocimiento humilde de todo lo que es y lo que fue. Sin embargo, estas gracias jamás serán «pares,» pues ninguna expresión de gratitud humana puede igualar la magnitud del regalo de la existencia y la consciencia misma.

Nada es más hermoso ni más poderoso que el momento en que la mente comprende que de la Unidad , el origen, la fuente inagotable de todo lo creado. emana una Fuerza Potencial inmensurable. Esta fuerza opera en una trinidad sagrada que constituye la verdadera potencia del Ser:

  1. El Ser individual (el que es uno): La chispa divina dentro de ti.
  2. Su Reflejo (su manifestación en el mundo): Tu vida, tus acciones, tu realidad percibida.
  3. Lo que a Ambos Les Envuelve (el campo de conexión, el universo): El éter, la energía que vincula y da contexto a todo.

Es en esta trinidad, perfectamente alineada y comprendida, donde reside la potencia máxima para la creación y la transformación.

Es la hora de la resiliencia. Este es el momento de la acción interna, de la edificación consciente del músculo emocional. La resiliencia no es la negación ingenua del dolor o la huida; es la capacidad mística de navegarlo y fortalecerse exponencialmente en el proceso. Es la aceptación madura de que, en la vida, nada desparece, y ciertamente menos los problemas. La existencia, en su naturaleza dual, conlleva desafíos; esto es un hecho ineludible y la base misma de la evolución.

La transformación ocurre no en la vana eliminación de los obstáculos, sino en el cambio radical de la percepción sobre ellos.

Al sacarse el velo, se disuelve la ilusión, el miedo paralizante y la distracción constante, revelándose la verdad desnuda. Al mirar el tiempo solo en fracción de segundos, se desactiva la ansiedad por un futuro incierto y el arrepentimiento por un pasado inmodificable. Esta concentración absoluta en el presente inmediato es el catalizador que activa tu higiene mental.

El paso final, la piedra angular de todo el proceso, es la aceptación radical: Acepta, sin reservas, que tú tienes el control. Este control no se ejerce sobre los eventos externos (los problemas que no desaparecen), sino sobre tu respuesta interna, tu enfoque y tu estado emocional. Esta aceptación es la base inamovible de una mente sana y la clave para transformar la fuerza potencial en realidad manifiesta.

La verdadera obra comienza ahora: Debes construir tu templo. No de materiales perecederos como piedra o madera, sino en el plano incorruptible de la conciencia. Para ello, se otorgan los tres días del proceso iniciático que el espíritu necesita para conquistar la rueda de su altar personal.

  • Primer Día: La Reflexión y el Perdón.
  • Segundo Día: La Integración de las Sombras.
  • Tercer Día: El Nacimiento a la Verdad.

En este ciclo de tres, reajustarás los ejes de tu destino, alineándolos con la voluntad superior. Comprende esta verdad profunda: para estar aquí, en este punto de la Verdad y la Potencia, frente a este altar, tu yo pasado, el que estaba atado a las cadenas de la ilusión y el sufrimiento, ya ha muerto. Has experimentado la necesaria disolución. Por eso, este encuentro no es una simple consulta ni una terapia; es una ceremonia.

Lo que sientes ahora no es el fin de la batalla, sino la gloriosa continuidad del Ser. Solo ahora es la resurrección.
Levántate del polvo, Mago. Tu nueva vida de consciencia plena ha comenzado. Es tiempo de ascender.

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